jueves, 21 de julio de 2011

Canis familiaris

Hay cosas que es mejor olvidar...

Sé que es su trabajo preguntarme, pero le puedo jurar que no la maté... ella no estaba ahí cuando las cosas pasaron.
Para que usted entienda lo que ocurrió esa noche, antes tendré que explicarle un poco del contexto.
Cuando era yo un niño como de unos cuatro o cinco años tenía un perrito, no era un gran perro, sino más bien un cachorrito chillante y molesto -si lo tuviera en este momento, claro-. Lo llamaba quimmo y era mi leal compañero; todas las noches dormía conmigo y era un perrito de lo más mimoso, siempre acurrucándose o haciendo algun acrobacia para llamar la atención, hasta ese día.
Una mañana, quimmo metió a mi habitación una ardilla. No habría sido nada del otro mundo, después de todo, usted sabe, los perros y los gatos son depredadores, ¿no? Sin embargo, Quimmo trajo a esa ardilla con una particularidad; la trajo viva. La ardilla trataba de escapar y se veía el terror dentro de sus ojos muertos,  luchaba por sobrevivir y Quimmo me miraba, como esperando una orden... Yo era Dios para él; quien decidía sobre la vida y la muerte de aquella criatura, si le decía que la matara, acataría la orden y si le quitaba a la ardilla, él dejaría de hacerlo... Lo dejé matarla... Mientras lo haciía, sentí un enorme placer viajando por todo mi cuerpo, como si me hubiera sentado en la silla eléctrica... lo disfruté mas que nunca antes en mi vida.
Usted no sabe de esa sensación, no señor, usted no la conoce. Ver que alguien te considera su superior, a pesar de ser sólo un niñito, me iluminó la mente; supongo que si le hubiese quitado la ardilla en ese entonces, hoy no estaría aquí, sin embargo, eso lo dejaremos para otra ocasión. ¿En qué estaba? Ah , claro, Quimmo. Pues bien, mi amado perrito estaba haciendo hasta lo imposible para complacerme; no sé si vio mi gusto por la actitud que tomó hacia la ardilla o sólo casualidad, pero después de ese día, cada vez que podía me llevaba una rana, un conejo, una ardilla o algo, para que yo le ordenara matarlo, con el paso del tiempo, logré hacerla aprender comandos específicos para alguna acción; si decía "Vodka", él sabía que debía arrancar las piernas, si decía "Chicles", era morder el hocico dela pobre bestia, si decía "pipas", era arrancar genitales... pero mi favorito era la orden suprema, aquella que no sólo implicaba dolor para mi víctima, sino también me daba un placer orgásmico; cuando decía esa palabra, era indicador de que debís arrancar la piel del estómago y destozar las vísceras del animal todavía vivo... La palabra era "¿Quieres?"

Sé que le aburre lo que le digo, pero por favor, no me ignore y permítame continuar. Durante quince años, tanto quimmo como yo estuvimos tranquilos, matábamos un animal cada semana y nadie se daba cuenta, o en su defecto, Quimmo asumía toda la responsabilidad, llevándose un regaño fingido. Todo iba bien hasta que conocí a Leonor.
Ella era un ángel de piel clara, cuerpo esculpido por los propios dioses del Olimpo, voz serena y hermosos ojos que le daban una apariencia de estar somnolienta... parecía un gato durmiendo en la luna. Cuando ella llegó, no sabía que estaba compitiendo con Carlos, el hijo de Guillermo Norland,un hombre recto de envidiable carrera militar.
Está por demás decir que yo odiaba a Carlos, sin embargo, me desquitaba con los animales que Quimmo me traía, hasta que un día decidió meterse conmigo.
"Que soy un bueno para nada" decía, "A ella le conviene más un hombre que le asegure un futuro" decía... Sólo bastó que yo dijera "¿Quieres?" para que la molestia terminara.
Yo sabía que tenía una cita con Leonor, así que al terminar esa noche, yo iría con Quimmo a buscarlo, para quitarlo de mi camino y de una vez por todas declararle mis sentimientos a Leonor. Así es, a él sí lo mataron por mi orden, pero tampoco fui yo. Era divertido ver como trataba de quitarse al enorme san bernardo de encima, mientras recitaba un poema sobre el Vodka de Charles Bukowski que obviamente generaba en Quimmo una actitud extremadamente frenética. Pasaron casi dos horas y el tipo seguía vivo... odio cuando la gente no se muere de una buena vez ¿sabe? Entonces le dije algo que aún recuerdo como si hubiera sido ayer:
"La irás a ver y le dirá que no quieres saber más de ella..."  A esto uní una parte importante: "¿quieres?". No necesito describir lo que pasó, sólo digamos que Quimmo no tuvo que preocuparse por comer en casi tres días.
Después de ese incidente, empecé a cortejar a Leonor. Pasaba más tiempo en su casa que en mi propio hogar... supongo que sentía algo de remordimiento por lo que hice, hasta Quimmo lo sentía; llegué al punto de no poderlo ver a los ojos, pues en ellos veía un sentimiento de dolor interno, como si me reclamara que lo hubiese empleado de arma homicida.
Una noche de Abril, llegué a casa de Leonor con un obsequio: un anillo para pedir su mano en matrimonio ¿Sabe lo que se siente? Uno ilusionado, con todo el corazón y el alma condensados en un trocito de cristalino diamante, ofreciendo en sacrificio al jovial individuo que era a cambio de felicidad perpetua con ella... sólo para oír de parte suya que no estaba preparada para eso y recibir su doloroso rechazo.
No es necesario explicar que sentí mi alma hecha pedazos ¿verdad? Por eso casi no menciono el hecho, no quiero hablar de lo que dijo ni de lo que hizo. Sólo le diré que tuve que recoger el anillo y marcharme con mi decepción hacia mi casa.
Al llegar, ese perro me recibió. Normalmente lo acariciaría evitando su patética mirada, pero esta vez en lugar de mirarlo con ternura o miedo, lo veía con odio: De nada sirvió que matara a alguien, Leonor nunca me querría... yo era un asesino y ese perro, mi arma. Como toda arma, debía desaparecer. Tomé un viejo bastón que estaba cerca de la chimenea y le golpeé la cabeza con tal fuerza que el enorme perro cayó atontado, sin embargo, casi como un reflejo, la bestia se levantó, mirándome con odio, pero sin atacar ni defenderse. Lo golpeé más y más veces, con tanta fuerza que el bastón acabó doblado y el perro muerto en mi suelo, sobre un enorme charco de sangre... Debo decirle que su su muerte fué poética; Puede ser que cualquiera lo viera como un animal sobre un charco, pero en ese momento yo vi más a un pobre ángel muerto sobre un cúmulo de flores rojas, junto a una ballesta bañada en oro...
Esa noche dormí como un bebé. Fue como si al matar a Quimmo hubiera podido matar todo el dolor de mi alma por el rechazo de Leonor; lo malo fué al despertar. Juro que al despertar sentí como si Quimmo estuviera sobre mis rodillas, durmiendo. Sabía que el animal estaba muerto, no podría haberse levantado después de esos golpes y si lo hiciera, de seguro me hubiera matado. Bajé por las escaleras con presteza, pues era hora de beber algo de whisky matutino para olvidar el dolor. Entonces los vi en el espejo grande de mi sala; estaba la imagen de ese hombre y del perro... mirándome con sonrisa sardónica como si la miseria en que me encontraba fuera parte de alguna macabra broma de ultratumba.

No falta decir que me inundó el pánico. Claro, yo sabía que era probablemente parte del trauma de haber perdido a un gran amigo como Quimmo, pero no pude, ni puedo explicar aún el por qué de la aparición de Carlos, ese despreciable bastardo cuya presencia eclipsó el corazón de mi amada Leonor -quien aún hoy espera por él, según he escuchado- y cuya muerte ha significado para mí una tortura peor que el infierno mismo...
Supongo que ya lo estoy desesperando con todo esto, así que me saltaré los dos años de visiones, alcoholismo y prostitutas posteriores a esos eventos e iré al grano.
Un día pasando por la floristería de Phillipo, me encontré con Leonor. No había cambiado nada con el paso de estos dos años, aunque sus ojos se notaban más tristes que antes. Mi mente suponía que era por la tristeza de perder a ese imbécil, pero para ser sinceros y racionales, pudieron haber pasado muchas cosas en estos dos años que yo no conocí y pudieron entristecerla. Al verla, el amor regresó a mi corazón y decidí atreverme a invitarla a salir -No mentiré, esperaba un rechazo, pero esto no ocurrió-. Así llegó la noche y pudimos continuar con esa relación pausada que sólo habia tenido continuación en mi mente hasta ese momento. Pasaron así un día, una semana, un mes y llegamos al año, fue en esa  fecha que  decidí volver a intentar ofrecerle el anillo, como muestra de mi amor por ella... De nuevo mi alma se encontraba llena de felicidad, con esperanzas de poder tener una vida mejor  con aquella que robó mi corazón hacía tanto tiempo. Ella aceptó con un sí iluminado por sus ojos, vivos como antes, y su sonrisa cálida que reconfortaba mi mente... Esa noche hicimos el amor por primera vez en nuestra relación.
Al terminar nuestro hermoso acto y al dormir ella, sentí una extraña comezón en las piernas, como si una alfombra caliente se paseara sobre de ellas, sensación que rápido me hizo recordar a Quimmo. Primero sólo traté de ignorar esa sensación y dormir, tratando de olvidar por ende la existencia de esos eventos del pasado, sin embargo, la incertidumbre seguía apoderándose de mi cuerpo, hasta el punto en que llegué a oír una voz que invocaba mi nombre y me enojé; me levanté y salí de la habitación hacia el baño, para lavarme el rostro. Al llegar al baño, abrí el grifo de agua y me lavé los ojos, miré mi rostro en el espejo y noté las enormes ojeras que se me habían formado, de pronto, no sé por qué, al verme a los ojos pude ver de nuevo los ojos de Quimmo, recordándome mis crímenes y mi cobardía... Volteé para el otro lado, como tratando de evitar esa mirada molesta y tiernamente inquisdora, sin embargo, al tratar de salir, vi en la puerta a Carlos, con el estómago abierto, mirándome, señalando con sus ojos mis labios, aquellos de los que salió la orden homicida que acabase con su existencia corpórea. Empecé a correr en silencio, ya sabe, para no despertar a mi amada, pero hacia cualquier lugar donde dirigía la mirada, allí estaban ellos, excepto en la puerta de nuestra habitación, o al menos eso creía hasta que lo vi salir de allí, en boxers y cansado, como si recién hubiera tenido un orgasmo con ella.
No lo pensé dos veces, corrí escaleras abajo hasta la chimenea en donde estaba un atizador de acero con el que traté de enfrentar a esas dos criaturas de mis añoradas pesadillas que se aparecían ante mi, aunque mis intentos fueron vanos.
Nuevamente vi a ese fantasma, si se le puede decir así, bajando las escaleras. No puede usted imaginar el terror que sentía al ver que la misma persona que bajaba las escaleras estaba al lado mío cuando volteaba a la izquierda, sin embargo, la verdad ya estaba yo lleno de rabia y me abalancé sobre el fantasma que bajaba la escalera sin ver a los lados, para evitar que se desvaneciera de nuevo. Cayó y lo empecé a golpear, repitiendole que si lo maté una vez con ayuda del perro, podría matarlo otra, entonces, al agacharse, le juro que lo vi convertirse en Quimmo, como si al matarlo se hubieran convertido en uno, parecía en serio que al haber comido su cuerpo se hubiesen unido en una especie de comunión maldita y guiada por el rencor hacia mí... No me importó, lo golpeé hasta que me cansé. Al terminar, subí al cuarto y vi a Leonor durmiendo, la abracé y dormí.
Después apareció usted señor oficial, con esa historia acerca de que yo la maté. Le juro que cuando usted llegó ella estaba durmiendo, no entiendo como pudo insultar mi inteligencia diciendo que me encontró abrazando una almohada. Le juro que alguien llegó y la mató al pie de la escalera, tal vez el perro y el tipo ese tenían un secuaz, o quizá si eran espíritus después de todo, no lo sé... Yo la amaba y nunca podría haberla matado.

Le juro que hay cosas que es mejor olvidar...

No hay comentarios: